miércoles, 26 de diciembre de 2007

Mariani hablando de algo habitual...

"balada de la oficina"

Entra. No Repares en el Sol que dejas en la calle. El esta caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento está jugando, corriendo una loca carrera por el medio de la calle, golpeándose las sienes contra las paredes de las casas, deshilándose en las copas de los árboles. El viento es juguetón, esto no es serio. Tú entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes verguenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco y esqueletoso? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas, ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona, estúpida lluvia. Entra, entra.
Entra, penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque ¡mirá cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra, así tendrás la certeza (que dará paz a tu espíritu) de obtener todos los días pan para tu boca y para la de tus pequeños. ¡Tus pequeños, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de tu compañera que hace contigo el camino! No temas, mientras estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tu sabes, jamás faltará a tus pequeños, pobres ellos, ni pan ni leche para sus ávidas bocas. Entra, acuérdate de ellos, entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu Deber ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra, urge trabajar. La< vida moderna es complicada. Entra, siempre hay algo para hacer aquí.
No te aburrirás, al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida (Además de que es un Deber). Entra. Sientate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero eso sí: nada de engaños ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A Trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa -"voluntariosa" sobre todo- los jefes te felicitarán. Tu estás sano, puedes resistir estas cuatro horas ¿Has visto como las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a la hora exacta, precisa, matemática ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime ¿no has estado remando el domingo nu par de horas cansando tus músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún rendimiento que se obtiene? ¡Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahoarte! Yo sólo te exijo ocho horas, y te pago, y te visto, te doy de comer ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa, no te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días, durante 45 años, durante los 13185 días que llegues a mí, te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.
Entonces, gozarás del sol, y al dia siguiente te morirás ¡Pero habrás cumplido tu deber!


Roberto Mariani, del libro Cuentos de la Oficina (Buenos Aires, 1892-1946)

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