miércoles, 26 de diciembre de 2007

Macedonio Fernández


MACEDONIO FERNANDEZ

Una novela para nervios sólidos


Se estaba produciendo una lluvia de día domingo con completa equivocación porque estábamos en martes, día de semana seco por excelencia. Pero con todo esto no estaba sucediendo nada: la orden de huelga de sucesos se cumplía.


Sin contrariar este revuelto de cosas empujé hacia atrás con un movimiento decidido la silla que ocupaba, y luego de este ruido oficinesco y autoritario de 2º jefe burocrático que tiene temblándole veinte bostezantes sobresaltados, le retiré la percha al sombrero y en las mangas de éste introduje ambos brazos, di cuerda al almanaque, arranqué la hojita del día al reloj y eché carbón a la heladera, aumenté hielo a la estufa, añadí al termómetro colgado todos los termómetros que tenía guardados para combatir el frío que empezaba, y como pasaba alcanzablemente un lento tranvía di el salto hacia la vereda y caí cómodamente sentado en mi buen sillón de escritorio.


Por cierto que había mucho que pensar; los días transcurrían de un tiempo a esta parte y, sin embargo, no se aclaraba todo el misterio (todos ignorábamos que hubiera uno) en el puente proyectado. Primero: se nos hizo conocer un dibujo del puente tal y cómo estaban de adelantados sus trabajos antes de que nadie hubiera pensado en hacerlo existir; segundo: dibujo de cómo era el puente cuando alguien pensó en él; tercero: fotografía de transeúnte del puente; cuarto: ya está el primer tramo empezado. En suma: que el puente ya estaba concluido, sólo que había que hacerlo llegar a la otra orilla porque por una módica equivocación había sido dirigida su colocación de una orilla a la misma orilla.


Ahora bien, ¿por qué en el meditado discurso que el Ministro le tosió al puente por hallarse medio resfriado aquél, o éste, no estoy muy seguro, se acusó de ingratitud para con el Gobierno?


Sabido es cuánto ha sufrido la humanidad por ingratitudes de puentes. Pero en éste, ¿dónde estaba la ingratitud? En la otra orilla no puede ser, porque el puente no apuntaba hacia la otra orilla y en verdad el arduo problema del momento era torcer el río de modo que pasase por debajo del puente. Esto era lo menos que se podía molestar, y esperar, de un río que no se había tomado trabajo ninguno en el asunto puente.





Las escuelas son para saber pronto más que el padre. “Alejandro Magno dijo tal cosa”; “El monte más alto y el río más largo son éste y éste”; el padre lo ignoraba, el niño sabe más que el padre de los movimientos, que no entiende, de la Tierra, etcétera. Entonces se le dá un certificado o diploma oficial que autoriza a ignorar a todo lo demás, todo lo que saben el padre y la madre; ese muchacho que ignora todo el saber de padre y madre es un completo ignorante diplomado.




(de Todo y Nada)



Esquemas para arte de encargo


(Cine)


Colaboración de las cosas



Empieza una discusión cualquiera en una casa cualquiera pues llega un esposo cualquiera y busca la sartén ya que él es quien sabe hacer las comidas de sartén y ésta no aparece. Crece la discusión; llegan parientes. Se oye un ruido. Sigue la discusión. Se busca una segunda sartén que acaso existió alguna vez. El ruido aumenta. Tac, tac, tac. No se concluye de esclarecer qué ha pasado con la sartén, que además, no era vieja; se escuchan imputaciones recíprocas, se intercambian hipótesis, se examinan rincones de la cocina por donde no suele andar la escoba. Tac, tac, tac. Al fin, se aclara el misterio: lo que venía cayendo escalón por escalón era la sartén. Ahora sólo falta la explicación del misterio: el niño, de cinco años, la había llevado hasta la azotea, sin pensar que correspondiera restituirla a la cocina; al alejarse por ser llamado de pronto por la madre, después de haber estado sentado en el primer escalón de la escalera, la sartén quedó allí. Cuando trascendió el clima agrio de la discusión conyugal, la sartén para hacer quedar bien al niño, culpable de todo el ingrato episodio, se desliza escalones abajo y su insólita presencia a la entrada de la cocina calma la discordia.


Nadie supo que no fue la casualidad, sino la sartén. Y si es verdad que puede haberle costado poco por haber sido dejada muy al borde del escalón, no debe menospreciarse su mérito.





El no hacer


La mera omisión no es suficiente no-hacer;


invención de una Nueva dignidad: la omisión por Acto.


El no-hacer-nada, o simplemente, el No Hacer no es un


género en el que se hayan hecho ya todos los progresos;


véase en lo aquí narrado cómo podía enriquecerse todavía


el noble género: Se titula el sensato cuento:“ La Diosa Omisión”


o “El taller del Ocio”



En aquella Estancia donde nadie hacía nada hubo un día en que los habitantes se alegraron al divisar que iba llegando lenta, descansadamente, una persona que no conocían. Los que llamaremos estancistas, tenían por momentos la incomodidad de dudar de si no faltaría todavía algo que dejar que hacer, que a lo mejor habían descuidado de omitir; y este desconocido de tranquilo andar, por su desgarbo y modos reposados, expresión personal de descontento y despreocupación, parecióles que tenía todo el aire de ser un experto en el no-hacer y el no-suceder, que eran las cosas en que vivían colaborando los estancistas sin discrepancia, y también sin jactancia, pues ya digo que no estaban satisfechos del todo, sospechosos de hallarse, sin darse cuenta, omitiendo todavía alguna omisión.


Sí, el desconocido calmoso debía traer un algo que se pueda no hacer, una ampliación del catálogo; en efecto, y no en efecto, es decir parcialmente en efecto, el desconocido no era tal genio del no-hacer y había tenido la fortuna de que, por casualidad –pues por investigación y trabajo nunca halló ni buscó nada- conoció en la ciudad el precioso vivir del burocratismo.


Explicó a los estancistas, una vez que se les hizo amigo y fue invitado a quedarse eternamente (aunque no fuera más que por no tener el trabajo de no quedarse) y a cooperar e identificarse con todo el no-hacer del Establecimiento, que había algo que añadir al puro no-hacer; éste era incompleto, carecía de su elegancia que fue siempre la belleza esencial de la Omisión, porque faltaba un ingrediente primario de la ociosidad que él descubrió en toda oficina del Estado, donde no sólo se le imparte al empleado nuevo en seguida la prohibición de hacer, sino que se les hace firmar un horario de presencia en la oficina, y, para que su no hacer se vea, se le encarga confeccionar toda clase de memorias e informes, lo que no es trabajo porque consiste simplemente en arrancar páginas de cualquier novela y firmarlas.


Además, el recién llegado, y el ya empezado a quedarse, añadió una extraordinaria información, a saber, la de que los desocupados de Puerto Nuevo, con abundantes razones, se habían quejado del exceso de horario previendo que, por el espíritu de contradicción, el Gobierno decretaría prestamente el aumento de aquel.


Así empezaron en la Estancia las memorias e informes de capataz, de proveedor, de cocinera, con otras tantas páginas de novela que quizá, bien encuadernadas en un solo tomo, constituirán la novela modelo de continuidad.


Esto era la autenticación del No-Hacer, que es lo que les había faltado siempre.





Avida aparece la Máquina y sin embargo es un renunciamiento, resignación, pobreza, como la Ciudad comparada con la Naturaleza, el Ersatz (sucedáneo) al Producto Natural, el mecanismo al fisiologismo, la máquina al cuerpo-inteligencia-emoción del Obrero; la Máquina es el sacrificio del infinitamente exigente, variable y personal Gusto, a lo Estándar. Lo estándar es pobreza inconfesa. La Máquina, lo Estándar y el Sucedáneo son sólo circunstancialmente ventajosos.


Hay muchos viajes que son mejores que el llegar a puerto, y hay hoy tantas frecuencias del “llegar tarde” a 300 km. por hora, como caminando hace dos siglos. Sólo es Viajero, el Gran Viajero, el que piensa sin llegadas su viaje.




(de Todo y Nada)



A veces el Gobierno acierta en de quiénes tomar los impuestos; nunca acierta en a quiénes indemnizar o beneficiar con lo recaudado.



(de Todo y Nada)




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