martes, 29 de enero de 2008

El porvenir del tiempo

por Jérome Bindé*

Por qué plantear la cuestión del tiempo, del futuro y de los futuros posibles? Porque nuestra sociedad vive bajo la tiranía del tiempo. Como señala Milan Kundera, ella "está atrapada en la estrecha pasarela del presente". El siglo XX fue el siglo de las previsiones arrogantes, en casi todos los casos desmentidas. El siglo XXI será el de la incertidumbre, y por ende de la anticipación. La contracción del tiempo lle­va consigo cambios esenciales, como el valor social del trabajo, y apareja la necesidad de forjar una ética del futuro.

Predecir en qué tiempo viviremos es menos factible que nunca. En efecto, se ha produci­do una revolución mayor en la concepción científica del tiempo. Según la teoría clási­ca, la de Newton, el tiempo transcurría en for­ma uniforme, siempre a la misma velocidad, era universal, absoluto y neutro. En este sen­tido, el pasado y el futuro eran idénticos.
Sabemos que con la moderna teoría de la relatividad, formulada por Einstein, la no­ción del tiempo se modificó profundamen­te. Se impuso el concepto de espacio-tiem­po, que sustituyó las nociones separadas de espacio y tiempo. El tiempo perdió entonces su idealidad física y newtoniana. Si no pode­mos ir más rápido que la velocidad de la luz, no podremos remontarnos al pasado.
lnterrogado acerca del porvenir del tiempo, Ilya Prigogine intentó llegar más lejos, introduciendo la idea de incertidumbre dentro de la idea de tiempo ( 1 ). Esta idea de incertidumbre será tal vez el acontecimiento significativo del siglo XXI. Prigogine de­muestra que las leyes reversibles de New­ton no conciernen más que a una fracción del mundo en que vivimos. Por cierto, éstas permiten describir el movimiento de los planetas. Pero lo que sucede en éste -la geología, el clima, la vida- exige la formulación de le­yes que impliquen fenómenos irreversibles.
¿Nos hacemos una idea cabal de la re­volución que estos descubrimientos introdu­cen en la noción del tiempo? Ha llegado el fin de las certezas: el tiempo no tiene un fu­turo, sino futuros. Porque de aquí en más la naturaleza es imprevisible: ella es historia.
¿Qué concepción de la Historia y del futuro del tiempo se desprende de esta re­volución epistemológica? Precisamente la de la libertad. Según Robert Musil (2): "La tra­yectoria de la historia no es la de una bola de billar, que una vez en movimiento, recorre un camino definido: más bien se parece al movimiento de las nubes, al recorrido de un hombre que deambula por las calles, desvián­dose aquí por una sombra, allá por un grupo de curiosos o una extraña combinación de fa­chadas, y que va a parar a un lugar desco­nocido al que no pensaba llegar". Concluye Musil: "La vía de la historia es muchas ve­ces extravío. El presente dibuja siempre la úl­tima casa de una ciudad, que de una y otra forma ya no forma parte de la aglomeración. Cada generación nueva se pregunta, asom­brada: ¿quién soy? ¿quiénes fueron mis pre­decesores? Haría mejor en preguntarse: ¿dón­de estoy? Y en suponer que sus predecesores no eran algo distinto a ella, sino que sim­plemente estaban en otra parte".
Las implicaciones de esta revolución son considerables, tanto para las "ciencias du­ras" como para las ciencias humanas y la an­ticipación. Prigogine resume de la siguiente manera el alcance del trastrocamiento intro­ducido en la esfera de los saberes: "¿De qué rama saldrá el siglo XXI? ¿Qué futuro tiene el futuro? (...) Con la noción de la probabili­dad, las ideas de lo incierto y de los futuros múltiples ingresan incluso en las ciencias de lo microscópico (...) Vamos de un mundo de certidumbres a un mundo de probabilidades. Tenemos que encontrar la estrecha senda en­tre un determinismo alienante y un universo que estaría regido por el azar y que sería, por tanto, inaccesible a nuestra razón".
Frente a este enorme trastrocamien­to de nuestras concepciones del tiempo, ¿por qué asombrarnos, si vivimos también una crisis del tiempo social y cultural? Como decía Benedetto Croce, la historia siempre es contemporánea.
Primer fenómeno: la contracción del tiempo y el espacio; esa compresión que constituye el núcleo de los análisis de la tercera re­volución industrial. Si buscamos algunas re­ferencias cronológicas sobre la contracción del tiempo en la historia, debemos recordar que se empezó a hablar de décima de segun­do en 1600, de centésima de segundo en 1800, de milésima de segundo en 1850, de micro­segundo (millonésima de segundo) en 1950, de nanosegundo (mil-millonésima de segun­do) en 1965, de picosegundo (billonésima de segundo) en 1970, de femtosegundo (mil-bi­llonésima de segundo) en 1990 y que proba­blemente en 2020 se hablará de atosegundo, es decir de trillonésima de segundo!
Nuestro conocimiento del tiempo pa­rece progresar hacia una descomposición cada vez mayor, hacia lo infinitamente bre­ve, cosa de la que cada área de la vida so­cial, incluso de la cultura, la comunicación y la política parecen proveer otros tantos elo­cuentes ejemplos. Andy Warhol decía que cualquiera podría ser famoso durante quin­ce minutos en la era de los medios masivos. Y la teoría del marketing intenta ya persua­dirnos de que la duración máxima de un mensaje escuchable y audible por la masa de telespectadores es de siete segundos.

Paradojas del futuro

Lejos de ser un dispositivo transitorio, la ló­gica de la urgencia se vuelve permanente e impregna todo el tejido social, erigiendo el imperativo de resultado inmediato como prin­cipio absoluto de la acción colectiva. ¿La apli­cación de dispositivos de emergencia desem­bocó entonces en la resolución de problemas a largo plazo? Los fracasos de la acción hu­manitaria y los magros resultados obtenidos por la comunidad internacional en materia de gestión multilateral de los problemas mun­diales parecen atestiguar lo contrario.
¿Pero cómo reconstruir el tiempo en la hora de la globalización? ¿Cómo rehabi­litar el tiempo largo? El filósofo belga Fran­çois Ost señala dos obstáculos que se opo­nen a que tomemos en cuenta el futuro. En primer lugar, se trata del imperio del mode­lo ético del contrato social que no concibe obligaciones sino entre sujetos más o me­nos iguales y comprometidos en relaciones de intercambio fundadas en cláusulas de re­ciprocidad, mientras que con la noción éti­ca del futuro, se trata de "ensanchar la co­munidad ética para abarcar a ciertos sujetos que vendrán, con los cuales estamos en una relación totalmente asimétrica".
El segundo obstáculo es la "miopía temporaria" de la época, que "se traduce al mismo tiempo en una amnesia en cuanto al pasado, incluso al cercano, y una incapa­cidad de inscribirnos dentro de un futuro sensato. Es necesario reflexionar acerca de la forma de superar estos dos obstáculos, planteando los primeros elementos de una ética del futuro" (3).
La reconstrucción del tiempo supone también que los actores sociales y los agen­tes de decisión dejen de "ajustarse" o "adap­tarse"; que se anticipen y tomen la delante­ra. El siglo XXI será prospectivo o no lo será; prever para prevenir, ése es el objetivo. Por­que el tiempo requerido entre el enunciado de una idea y su realización es a menudo muy grande. Una generación, o varias, es en mu­chos casos el plazo mínimo para que una política dé todos sus frutos. El corto y e1 mediano plazo ya están, en lo esencial, "en marcha", así que la suerte de las generaciones futuras dependerá cada vez más de nuestra aptitud para aunar visión a largo plazo y decisiones presentes. El fortalecimiento de las capaci­dades de anticipación y previsión es pues una prioridad de los gobiernos, las organizacio­nes internacionales, las instituciones cientí­ficas, el sector privado, los actores de la so­ciedad, y para cada uno de nosotros.
No obstante, como señala Hugues de Jouvenel, se invoca cada vez más, en espe­cial en Occidente, la aceleración del cambio y la multiplicación de los factores de ruptura para proclamar el carácter cada vez más imprevisible del futuro, y deducir de ello que sólo importa una cosa: la flexibilidad. "Se opone así cada vez más la cultura del ‘tiem­po justo'... a la del tiempo largo, que sin em­bargo sigue siendo el único marco en que pueden ponerse en marcha verdaderas es­trategias de desarrollo". La edificación de una ética del futuro exige pues un cuestio­namiento de los modos de gestión basados en la flexibilidad erigida en principio ab­soluto, y en el rechazo de la previsión.
Pero hay que llegar más lejos: si no actuamos a tiempo, las generaciones futu­ras no tendrán tiempo de actuar en absolu­to: correrán el riesgo de ser prisioneras de tendencias ya incontrolables, como el cre­cimiento demográfico, la degradación del medio ambiente global, o las disparidades entre Norte y Sur en el seno mismo de las sociedades, el apartheid social y el imperio de las mafias, que gana terreno.
Mañana, es en todos los casos dema­siado tarde. ¿Un ejemplo? Diez años des­pués de la Cumbre de la Tierra, la Agenda 21. es en lo esencial letra muerta, a excep­ción de los tímidos avances de la Cumbre de Kyoto en cuanto a la reducción de ga­ses con efecto invernadero, nuevamente cuestionados hoy en día. ¿Río más diez, es Río menos diez? ¿Por cuánto tiempo podre­mos pagarnos el lujo de la inacción? ¿He­mos calculado el precio de la inercia, y de la ausencia de una ética del futuro?

Responsabilidad prospectiva
La edificación de una ética del futuro exige inaugurar una perspectiva de los valores. Tres tendencias son determinantes a este respec­to: la primera es la mutación temporal de la responsabilidad. Antes no éramos responsa­bles sino de nuestros actos pasados; de aquí en más nuestra responsabilidad atañe al futu­ro lejano. Como dice Paul Ricoeur, "se nos confía algo que es esencialmente frágil" y pe­recedero: la vida, el planeta o la Comunidad. Porque la Comunidad es perecedera. Su su­pervivencia depende de nosotros (Hannah Arendt). En efecto, ningún sistema institucio­nal sobrevive "si no está sostenido por una vo­luntad de vivir juntos... Cuando ese deseo se derrumba, toda la organización política se des­hace, muy rápido" (Paul Ricoeur).
La emergencia internacional del prin­cipio de la precaución, fundado en la incer­tidumbre, constituye una segunda tenden­cia mayor: toda previsión es, efectivamente, gestión de lo imprevisible y de la incertidum­bre, por lo tanto del riesgo. Según François Ewald, el nuevo paradigma de la precaución "es el testimonio de una relación profunda­mente trastrocada con una ciencia que se pre­gunta menos por los saberes que propone que por las dudas que insinúa. Las obligaciones morales toman en ella la forma de la ética".
Tercera tendencia: al extender incesan­temente su área de influencia, el patrimonio funda en adelante una responsabilidad hu­mana respecto a las generaciones futuras. An­tes era un simple legado del pasado; ahora tiende a reunir en sí toda la cultura y toda la naturaleza. Ya no está ligado a las piedras, si­no que integra el patrimonio inmaterial y sim­bólico, ético, ecológico y genético.
La construcción de una ética del si­glo XXI exige esa "reforma del pensamien­to" de la que habló Edgar Morin. Semejan­te reforma supone también una reforma de la relación entre el pensamiento y la acción, fundada por ejemplo en la tendencia hacia un "derecho común" de la humanidad (Mi­reille Delmas-Marty).
La crisis de lo político coincidió am­pliamente, en el Oeste, en el Este y en el Sur con la "crisis del futuro" y su creciente ile­gibilidad. Ha llegado el momento de recordar que la política consiste en primer lugar y ante todo en estructurar el tiempo, siendo "el futuro y la responsabilidad frente al futuro el tema propio del hombre político" (Max Weber).
Siendo así, no cabe oponer solidaridad respecto a las generaciones presentes y soli­daridad respecto a las generaciones futuras. La generosidad no se divide. Lo poco que se toma en cuenta a los excluidos del tercer mun­do y del cuarto mundo es el anverso de la mo­neda; el olvido de las generaciones futuras su reverso. La ética del futuro es fundamental­mente una ética del tiempo que rehabilita el futuro, pero también el presente y el pasado.
Si queremos modificar radicalmente nuestra relación con el tiempo en este principio del siglo XXI, tendremos que redescu­brir una sabiduría antigua: habitar el tiempo, y aceptando la invitación de Marcel Proust, saber reencontrar el tiempo perdido...

1 Ilya Prigogine, "Flecha del tiempo y fin de las certezas", Les Clés du XXI°siècle, Ades des Entretiens du XXI° siècle et des Dialogues du XXI° siècle, Unesco/Seuil, París, 2000.
2 Robert Musil, El hombre sin atributos, Seix Barral, Barcelona, 2001.
3 Jéróme Bindé, "L'éthique du futur-Pourquoi faut-il retrouver le temps perdu?", Futuribles, París, 12-7997 71 Véase, sobre este último punto, Marcel Gauchet, Le Désenchantement du monde, Gallimard, París, 1985.


J.B.

*DIRECTOR DE LA DIVISIÓN DE LA ANTICIPACIÓN Y DE LOS ESTUDIOS PROSPECTIVOS DE LA UNESCO. CO-AUTOR PRINCIPAL DEL INFORME PROSPECTIVO MUNDIAL DE LA UNESCO UN MONDE NOUVEAU (ODILE JACOB/UNES­CO, PARÍS, 1 9991 Y DIRECTOR DEL TRABAJO COLECTIVO LES CLÉS DU XXI° SIÈCLE PREMIÈRE ANTHOLOGIE DES "ENTRETIENS DU XXI° SIÈCLE" (SEUIL/UNESCO, PARÍS, 2000). ALGUNAS VERSIONES PRELIMINARES DE ESTE AR­TÍCULO FUERON PRESENTADAS COMO PONENCIAS EN LA 5a CONFERENCIA DE LA AGENDA DEL MILENIO, ORGANI­ZADA POR EL CONSEJO INTERNACIONAL DE CIENCIAS SO­CIALES Y LA UNESCO (RÍO DE JANEIRO, 1999), Y EN EL COLEGIO INTERNACIONAL DE TÚNEZ (ABRIL DE 2001)
Traducción: Patricia Minarrieta

1 comentario:

Carolina Castro dijo...

No pude leer mucho, pero vengo a agradecer sus agradables palabras en mi blog!
Asique: Gracias!

Que sigas muy bien.