por Jérome Bindé*
Por qué plantear la cuestión del tiempo, del futuro y de los futuros posibles? Porque nuestra sociedad vive bajo la tiranía del tiempo. Como señala Milan Kundera, ella "está atrapada en la estrecha pasarela del presente". El siglo XX fue el siglo de las previsiones arrogantes, en casi todos los casos desmentidas. El siglo XXI será el de la incertidumbre, y por ende de la anticipación. La contracción del tiempo lleva consigo cambios esenciales, como el valor social del trabajo, y apareja la necesidad de forjar una ética del futuro.
Predecir en qué tiempo viviremos es menos factible que nunca. En efecto, se ha producido una revolución mayor en la concepción científica del tiempo. Según la teoría clásica, la de Newton, el tiempo transcurría en forma uniforme, siempre a la misma velocidad, era universal, absoluto y neutro. En este sentido, el pasado y el futuro eran idénticos.
Sabemos que con la moderna teoría de la relatividad, formulada por Einstein, la noción del tiempo se modificó profundamente. Se impuso el concepto de espacio-tiempo, que sustituyó las nociones separadas de espacio y tiempo. El tiempo perdió entonces su idealidad física y newtoniana. Si no podemos ir más rápido que la velocidad de la luz, no podremos remontarnos al pasado.
lnterrogado acerca del porvenir del tiempo, Ilya Prigogine intentó llegar más lejos, introduciendo la idea de incertidumbre dentro de la idea de tiempo ( 1 ). Esta idea de incertidumbre será tal vez el acontecimiento significativo del siglo XXI. Prigogine demuestra que las leyes reversibles de Newton no conciernen más que a una fracción del mundo en que vivimos. Por cierto, éstas permiten describir el movimiento de los planetas. Pero lo que sucede en éste -la geología, el clima, la vida- exige la formulación de leyes que impliquen fenómenos irreversibles.
¿Nos hacemos una idea cabal de la revolución que estos descubrimientos introducen en la noción del tiempo? Ha llegado el fin de las certezas: el tiempo no tiene un futuro, sino futuros. Porque de aquí en más la naturaleza es imprevisible: ella es historia.
¿Qué concepción de la Historia y del futuro del tiempo se desprende de esta revolución epistemológica? Precisamente la de la libertad. Según Robert Musil (2): "La trayectoria de la historia no es la de una bola de billar, que una vez en movimiento, recorre un camino definido: más bien se parece al movimiento de las nubes, al recorrido de un hombre que deambula por las calles, desviándose aquí por una sombra, allá por un grupo de curiosos o una extraña combinación de fachadas, y que va a parar a un lugar desconocido al que no pensaba llegar". Concluye Musil: "La vía de la historia es muchas veces extravío. El presente dibuja siempre la última casa de una ciudad, que de una y otra forma ya no forma parte de la aglomeración. Cada generación nueva se pregunta, asombrada: ¿quién soy? ¿quiénes fueron mis predecesores? Haría mejor en preguntarse: ¿dónde estoy? Y en suponer que sus predecesores no eran algo distinto a ella, sino que simplemente estaban en otra parte".
Las implicaciones de esta revolución son considerables, tanto para las "ciencias duras" como para las ciencias humanas y la anticipación. Prigogine resume de la siguiente manera el alcance del trastrocamiento introducido en la esfera de los saberes: "¿De qué rama saldrá el siglo XXI? ¿Qué futuro tiene el futuro? (...) Con la noción de la probabilidad, las ideas de lo incierto y de los futuros múltiples ingresan incluso en las ciencias de lo microscópico (...) Vamos de un mundo de certidumbres a un mundo de probabilidades. Tenemos que encontrar la estrecha senda entre un determinismo alienante y un universo que estaría regido por el azar y que sería, por tanto, inaccesible a nuestra razón".
Frente a este enorme trastrocamiento de nuestras concepciones del tiempo, ¿por qué asombrarnos, si vivimos también una crisis del tiempo social y cultural? Como decía Benedetto Croce, la historia siempre es contemporánea.
Primer fenómeno: la contracción del tiempo y el espacio; esa compresión que constituye el núcleo de los análisis de la tercera revolución industrial. Si buscamos algunas referencias cronológicas sobre la contracción del tiempo en la historia, debemos recordar que se empezó a hablar de décima de segundo en 1600, de centésima de segundo en 1800, de milésima de segundo en 1850, de microsegundo (millonésima de segundo) en 1950, de nanosegundo (mil-millonésima de segundo) en 1965, de picosegundo (billonésima de segundo) en 1970, de femtosegundo (mil-billonésima de segundo) en 1990 y que probablemente en 2020 se hablará de atosegundo, es decir de trillonésima de segundo!
Nuestro conocimiento del tiempo parece progresar hacia una descomposición cada vez mayor, hacia lo infinitamente breve, cosa de la que cada área de la vida social, incluso de la cultura, la comunicación y la política parecen proveer otros tantos elocuentes ejemplos. Andy Warhol decía que cualquiera podría ser famoso durante quince minutos en la era de los medios masivos. Y la teoría del marketing intenta ya persuadirnos de que la duración máxima de un mensaje escuchable y audible por la masa de telespectadores es de siete segundos.
Paradojas del futuro
Lejos de ser un dispositivo transitorio, la lógica de la urgencia se vuelve permanente e impregna todo el tejido social, erigiendo el imperativo de resultado inmediato como principio absoluto de la acción colectiva. ¿La aplicación de dispositivos de emergencia desembocó entonces en la resolución de problemas a largo plazo? Los fracasos de la acción humanitaria y los magros resultados obtenidos por la comunidad internacional en materia de gestión multilateral de los problemas mundiales parecen atestiguar lo contrario.
¿Pero cómo reconstruir el tiempo en la hora de la globalización? ¿Cómo rehabilitar el tiempo largo? El filósofo belga François Ost señala dos obstáculos que se oponen a que tomemos en cuenta el futuro. En primer lugar, se trata del imperio del modelo ético del contrato social que no concibe obligaciones sino entre sujetos más o menos iguales y comprometidos en relaciones de intercambio fundadas en cláusulas de reciprocidad, mientras que con la noción ética del futuro, se trata de "ensanchar la comunidad ética para abarcar a ciertos sujetos que vendrán, con los cuales estamos en una relación totalmente asimétrica".
El segundo obstáculo es la "miopía temporaria" de la época, que "se traduce al mismo tiempo en una amnesia en cuanto al pasado, incluso al cercano, y una incapacidad de inscribirnos dentro de un futuro sensato. Es necesario reflexionar acerca de la forma de superar estos dos obstáculos, planteando los primeros elementos de una ética del futuro" (3).
La reconstrucción del tiempo supone también que los actores sociales y los agentes de decisión dejen de "ajustarse" o "adaptarse"; que se anticipen y tomen la delantera. El siglo XXI será prospectivo o no lo será; prever para prevenir, ése es el objetivo. Porque el tiempo requerido entre el enunciado de una idea y su realización es a menudo muy grande. Una generación, o varias, es en muchos casos el plazo mínimo para que una política dé todos sus frutos. El corto y e1 mediano plazo ya están, en lo esencial, "en marcha", así que la suerte de las generaciones futuras dependerá cada vez más de nuestra aptitud para aunar visión a largo plazo y decisiones presentes. El fortalecimiento de las capacidades de anticipación y previsión es pues una prioridad de los gobiernos, las organizaciones internacionales, las instituciones científicas, el sector privado, los actores de la sociedad, y para cada uno de nosotros.
No obstante, como señala Hugues de Jouvenel, se invoca cada vez más, en especial en Occidente, la aceleración del cambio y la multiplicación de los factores de ruptura para proclamar el carácter cada vez más imprevisible del futuro, y deducir de ello que sólo importa una cosa: la flexibilidad. "Se opone así cada vez más la cultura del ‘tiempo justo'... a la del tiempo largo, que sin embargo sigue siendo el único marco en que pueden ponerse en marcha verdaderas estrategias de desarrollo". La edificación de una ética del futuro exige pues un cuestionamiento de los modos de gestión basados en la flexibilidad erigida en principio absoluto, y en el rechazo de la previsión.
Pero hay que llegar más lejos: si no actuamos a tiempo, las generaciones futuras no tendrán tiempo de actuar en absoluto: correrán el riesgo de ser prisioneras de tendencias ya incontrolables, como el crecimiento demográfico, la degradación del medio ambiente global, o las disparidades entre Norte y Sur en el seno mismo de las sociedades, el apartheid social y el imperio de las mafias, que gana terreno.
Mañana, es en todos los casos demasiado tarde. ¿Un ejemplo? Diez años después de la Cumbre de la Tierra, la Agenda 21. es en lo esencial letra muerta, a excepción de los tímidos avances de la Cumbre de Kyoto en cuanto a la reducción de gases con efecto invernadero, nuevamente cuestionados hoy en día. ¿Río más diez, es Río menos diez? ¿Por cuánto tiempo podremos pagarnos el lujo de la inacción? ¿Hemos calculado el precio de la inercia, y de la ausencia de una ética del futuro?
Responsabilidad prospectiva
La edificación de una ética del futuro exige inaugurar una perspectiva de los valores. Tres tendencias son determinantes a este respecto: la primera es la mutación temporal de la responsabilidad. Antes no éramos responsables sino de nuestros actos pasados; de aquí en más nuestra responsabilidad atañe al futuro lejano. Como dice Paul Ricoeur, "se nos confía algo que es esencialmente frágil" y perecedero: la vida, el planeta o la Comunidad. Porque la Comunidad es perecedera. Su supervivencia depende de nosotros (Hannah Arendt). En efecto, ningún sistema institucional sobrevive "si no está sostenido por una voluntad de vivir juntos... Cuando ese deseo se derrumba, toda la organización política se deshace, muy rápido" (Paul Ricoeur).
La emergencia internacional del principio de la precaución, fundado en la incertidumbre, constituye una segunda tendencia mayor: toda previsión es, efectivamente, gestión de lo imprevisible y de la incertidumbre, por lo tanto del riesgo. Según François Ewald, el nuevo paradigma de la precaución "es el testimonio de una relación profundamente trastrocada con una ciencia que se pregunta menos por los saberes que propone que por las dudas que insinúa. Las obligaciones morales toman en ella la forma de la ética".
Tercera tendencia: al extender incesantemente su área de influencia, el patrimonio funda en adelante una responsabilidad humana respecto a las generaciones futuras. Antes era un simple legado del pasado; ahora tiende a reunir en sí toda la cultura y toda la naturaleza. Ya no está ligado a las piedras, sino que integra el patrimonio inmaterial y simbólico, ético, ecológico y genético.
La construcción de una ética del siglo XXI exige esa "reforma del pensamiento" de la que habló Edgar Morin. Semejante reforma supone también una reforma de la relación entre el pensamiento y la acción, fundada por ejemplo en la tendencia hacia un "derecho común" de la humanidad (Mireille Delmas-Marty).
La crisis de lo político coincidió ampliamente, en el Oeste, en el Este y en el Sur con la "crisis del futuro" y su creciente ilegibilidad. Ha llegado el momento de recordar que la política consiste en primer lugar y ante todo en estructurar el tiempo, siendo "el futuro y la responsabilidad frente al futuro el tema propio del hombre político" (Max Weber).
Siendo así, no cabe oponer solidaridad respecto a las generaciones presentes y solidaridad respecto a las generaciones futuras. La generosidad no se divide. Lo poco que se toma en cuenta a los excluidos del tercer mundo y del cuarto mundo es el anverso de la moneda; el olvido de las generaciones futuras su reverso. La ética del futuro es fundamentalmente una ética del tiempo que rehabilita el futuro, pero también el presente y el pasado.
Si queremos modificar radicalmente nuestra relación con el tiempo en este principio del siglo XXI, tendremos que redescubrir una sabiduría antigua: habitar el tiempo, y aceptando la invitación de Marcel Proust, saber reencontrar el tiempo perdido...
1 Ilya Prigogine, "Flecha del tiempo y fin de las certezas", Les Clés du XXI°siècle, Ades des Entretiens du XXI° siècle et des Dialogues du XXI° siècle, Unesco/Seuil, París, 2000.
2 Robert Musil, El hombre sin atributos, Seix Barral, Barcelona, 2001.
3 Jéróme Bindé, "L'éthique du futur-Pourquoi faut-il retrouver le temps perdu?", Futuribles, París, 12-7997 71 Véase, sobre este último punto, Marcel Gauchet, Le Désenchantement du monde, Gallimard, París, 1985.
J.B.
*DIRECTOR DE LA DIVISIÓN DE LA ANTICIPACIÓN Y DE LOS ESTUDIOS PROSPECTIVOS DE LA UNESCO. CO-AUTOR PRINCIPAL DEL INFORME PROSPECTIVO MUNDIAL DE LA UNESCO UN MONDE NOUVEAU (ODILE JACOB/UNESCO, PARÍS, 1 9991 Y DIRECTOR DEL TRABAJO COLECTIVO LES CLÉS DU XXI° SIÈCLE PREMIÈRE ANTHOLOGIE DES "ENTRETIENS DU XXI° SIÈCLE" (SEUIL/UNESCO, PARÍS, 2000). ALGUNAS VERSIONES PRELIMINARES DE ESTE ARTÍCULO FUERON PRESENTADAS COMO PONENCIAS EN LA 5a CONFERENCIA DE LA AGENDA DEL MILENIO, ORGANIZADA POR EL CONSEJO INTERNACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES Y LA UNESCO (RÍO DE JANEIRO, 1999), Y EN EL COLEGIO INTERNACIONAL DE TÚNEZ (ABRIL DE 2001)
Traducción: Patricia Minarrieta
martes, 29 de enero de 2008
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1 comentario:
No pude leer mucho, pero vengo a agradecer sus agradables palabras en mi blog!
Asique: Gracias!
Que sigas muy bien.
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