Regabas mis raíces con pantano negro y caliente, hasta ahogarlas.
Fingiendo sonreir amablemente a mis flores, tejías a mi espalda vientos de espanto.
Alguna vez creí pacientemente, casi todas, demasiadas, en las mentiras de tu piel de ceniza.
Y confié ingenuamente, casi todas, demasiadas, mi cuerpo herido a tus dagas de odio
escondido.
Sé, ahora, que nombrando nubes y truenos de emergencia esquivaste el sol brindando sus brazos, o que pensabas paredes encalladas ante la inminencia de un viaje hacia la alegría.
Y que entonces, subrepticiamente, separabas los caminos, para vestirlos cruelmente de distancia.
sábado, 19 de junio de 2010
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