No acaba la humanidad de ser libre. Ha tenido amos durante tantos siglos, que aún necesita el amo. Derribados los espesos muros de su prisión, todavía la aprisiona el recuerdo. Todavía le impiden caminarlos grillos ausentes. El aire puro la ahoga. El infinito azul la desvanece. La libertad es también un yugo para ella. Llevamos en el alma la marca ardiente de la esclavitud: el miedo. Nerón encontraría hoy un trono, y Atila un caballo, porque los hombres tienen miedo y reconocerían en seguida el familiar chasquido del látigo. A falta del déspota histórico, soportan un enjambre de tiranuelos que nos les dejan perder la costumbre: galones y espuelas, cacicatos políticos, espionaje, capital y usura. El pensamiento teme, la lengua calla, y la sinceridad, como en tiempo de Calígula y de Torquemada, es siempre un heroísmo.La libertad está escrita; yo no la he visto practicada. Inglaterra es una corte pudibunda; Alemania, un cuartel; España, un convento. No hay pueblos civilizados; hay hombres civilizados. No he visto pueblos libres, he visto hombres libres. Y esos pocos hombres, pensadores, artistas, sabios, no tienen nada en común con los demás. Se les pasea como a bichos raros. (...) Se les mira como a monstruos. Es que pensar, decir, hacer algo diferente es todavía una monstruosidad.El miedo es lo normal. Su hábito la hipocresía, su procedimiento, la rutina. Los que no son estúpidos simulan la estupidez. (...)
De “La sinceridad”
viernes, 28 de noviembre de 2008
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